CRÍTICA - El Drama de los Dramaturgos. Por Sandro Romero Rey.

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Prpiedad de CEET
La revista El Malpensante tuvo a bien invitar a quien estas líneas escribe a su Séptima Acción (léase Mesa Redonda), el pasado 30 de octubre en el Auditorio Arturo Gómez Jaramillo de la Federación Nacional de Cafeteros en Bogotá, con un tema que, desde sus inicios, cualquier escritor de guiones para cine llamaría un teaser. Cito literalmente: “A propósito del festival iberoamericano de teatro del año entrante, ¿cuándo y por qué se estancó la dramaturgia colombiana?” y como compañeros de mesa estuvieron el siempre brillante (y nuevo miembro de la Academia Colombiana de la Lengua) Carlos José Reyes, con el dramaturgo Víctor Viviescas, moderados por Mario Jursich.

Por supuesto, si lo que los organizadores pretendían era sacudir a los participantes con la pregunta (Antanas Mockus había recurrido a un truco similar una semana atrás, a propósito de las elecciones para la alcaldía de Bogotá), obvio que lo lograron, pues a nadie le gusta comenzar una conversación partiendo de la base de que su profesión está estancada. Y allí, no tan escondido, estaba el evento: ya desde hace varios años los teatristas colombianos se vienen quejando por el problema que representa el Festival Iberoamericano de Teatro considerado como paradigma. Las gentes de bien, los bienpensantes, los que viven de los eventos sociales, consideran eso, lo que reza el llamado de la Séptima Acción: que el teatro “se estanca” durante los años impares (recordemos que el Festival es bienal) y “resucita” gracias al llamado de Fanny Mikey y su tropa de asalto. De hecho, como una reacción de los eternos marginales, nació el Festival Alternativo de Teatro que ya compite desde hace varios años con la maratón del Iberoamericano.

La conversación fue muy interesante y los tres participantes esgrimimos todos nuestros argumentos para demostrar que los dramaturgos colombianos no estamos “estancados”. Para los que les gustan los datos estadísticos, según Redramaturgia (la red que intenta “aglutinar” a los escritores de teatro colombianos), hay casi trescientos escritores de teatro, mal contados, en el país y sus alrededores. Y, seguramente, los organizadores no conocen, primero porque no van al teatro y segundo porque las obras de teatro no se publican en Colombia. La pregunta entonces habría que dirigírsela a los espectadores que no van al teatro y a los editores que consideran que el teatro publicado “no vende”.

No sé si se van a editar las memorias de la conversación del 30 de octubre pero, para sintetizar, a mí me parece que el concepto de “escritor de teatro” ha cambiado mucho con el paso del tiempo y me parece medio anacrónico, así como es difícil hablar ahora de “pintores”, “bailarines” o “cineastas” en sentido estricto. El teatro no sólo se escribe en el papel. Y eso lo afirmaba Enrique Buenaventura hace ya más de treinta años. Las instalaciones de Mapa Teatro, las creaciones colectivas “sin texto” del Teatro La Candelaria, El hilo de Ariadna de Enrique Vargas o, para alejarnos de nuestras latitudes, los espectáculos de Bob Wilson o las pesadillas escénicas de Tadeusz Kantor requieren de una dramaturgia, están “escritos” sobre las tablas, con las mismas intenciones (ser representados por actores) con las que se escribía en el siglo XIX. Pero los mecanismos son otros.

La dramaturgia colombiana, con sus tumbos y catatumbos, sigue vivita y representándose. Y no compite ni con el cine ni con la televisión, así como la poesía (que tampoco se edita en nuestro país) no ha sido desplazada por las revistas de farándula o por los libros de superación personal.

El teatro colombiano es una actividad marginal, porque vivimos en un país marginal, donde hay urgencias que seducen más a las multitudes y, cuando se está confundido, necesitamos de eventos que nos digan “qué es lo importante”. Y parece que la tan de moda “gestión cultural” no ha llegado sino a los límites del Teatro Nacional donde ya comienza a venderse la actividad escénica como un producto rentable. Por supuesto que eso me parece muy bien. Pero no nos olvidemos que el teatro colombiano no se lo inventaron los gestores culturales sino que existe gracias a Santiago García y Jairo Aníbal Niño, a Pedro Miguel Rozo y Piedad Bonnett, a José Domingo Garzón y Cristóbal Peláez, a Carolina Vivas y Misael Torres.

Por fortuna, el teatro sólo existe cuando se representa. Es una verdadera lástima que no sean muchos los testigos. Peor para ellos.
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Publicado el 15 de noviembre de 2007.
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Foto: Archivo personal Cesar Andres Falla
Página web de Sandro: http://sandroromero.com/

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